domingo, 25 de octubre de 2015

El Bobo del tranvía

Bobo de nacimiento y con un profundo amor fraternal hacia su bella hermana: Antoñín, como pocos lo conocieron, era el encargado de cuidarla y acompañarla hasta su colegio en Chapinero en todo el recorrido del tranvía. 
Cuenta la historia, que cansada de esta circunstancia -que impedía que se le acercaran pretendientes- y por el temor de que la gente pensara que sus hijos podrían nacer bobos por tener un hermano así la joven le propuso a su hermano que se gastara la plata del pasaje en bizcochos -que a él le fascinaban-. Le propuso que la acompañara al colegio corriendo detrás del tranvía, y el aceptó sin problemas. Su estado físico era envidia de los mejores deportistas.
De su locura cuentan que comenzó un día en que su hermana y un grupo de amigos le hicieron una jugada para que ella se pudiera volar con un de los muchachos.
Los cómplices del novio invitaron al bobo a comer bizcochos y pasteles a pocos pasos de la parada del tren, justo en el momento en el que la hermana tenía que abordarlo. Cuando terminó de comer descubrió que su hermana ya lo había abordado y en medio de su desesperación comenzó a lanzarse a todos los vagones de los tranvías del camino, para ver en cual de ellos iba su hermana.
La lucidez de Antonín se esfumó en el momento en que lo atropelló uno de los tranvías. Vuelto en sí, y frenético por la búsqueda, se acostumbró, de ahí en adelante, a correr detrás de los vagones y a colaborar con los mismos para que la gente pagara, para que los gamines no se 'colincharan' y, entre chiste y chanza, terminar titulado por un grupo de estudiantes como el director y jefe supremo de tráfico de Bogotá, con uniforme y condecoraciones incluidas.

Terminó sus días en un manicomio.

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